El largometraje cuenta las aventuras de un animal que se compromete a cumplir el último deseo de su mejor amigo. Una historia entre La Habana y Miami.
Caracas. La Habana es el escenario diario de Andrés, un músico que con su tres ameniza la vida de los ciudadanos que viven en la vieja ciudad. No está solo en su pasión. Lealmente lo acompaña Vivo, un kinkajú, mamífero selvático que fue a parar al calor caribeño, y que es adoptado por el compositor de tan amenas obras.
La rutina del artista no se altera, hasta que el pasado se asoma nuevamente con la opción de enmendar los miedos, y procurar un futuro distinto e inesperado, cuando los ensueños se creían difuminados.
Vivo es la más reciente película de Sony Pictures Animation. Está disponible en Netflix, y en poco menos de dos horas cuenta una historia de amistad y compromiso después de la muerte.
Andrés recibe desde Miami una carta de Marta Sandoval, su antigua compañera de escenarios en La Habana, pero también, ese amor al que nunca le dio la cara. Ella ofrecerá su show de despedida, y quiere decirle adiós a su público con él al lado.
La noticia tambalea la dinámica del músico y su amigo Vivo, quien siente celos al principio. Andrés revela que compuso muchos años atrás una canción para Marta, y ve en la invitación de la diva a Florida, la oportunidad para entregar la obra, que también es confesión.
Pero los planes no salen cómo se deseaba, pues Andrés fallece en su casa en La Habana, y le rinden honores en la plaza donde solía tocar su tres. Una despedida austera, como suele ocurrir a veces con los grandes artistas que en contextos sombríos no tienen la fama merecida, sin embargo, no por ello, poco sincera y emotiva.
En ese encuentro, Vivo sabe que debe ir a Miami. Marta debe conocer la verdad, pero una verdad que tiene que llegar en la canción escrita por Andrés, esa amarillenta partitura que ha permanecido durante décadas, junto con la pasión intacta que sobrevive a todos los relojes.
¿Pero qué tanto puede lograr un pequeño animal en una isla? Vivo conoce a Gabi, la sobrina de Andrés que viaja con Rosa, su mamá, desde Miami para despedir al icónico músico.
La película animada está dirigida por Kirk DeMicco, cineasta de largometrajes como Los Croods. También es el guionista junto con Quiara Alegría Hudes, escritora también del otro éxito de la temporada In the Heights.
Sin embargo, hay un nombre que resuena mucho más en esta obra: Lin-Manuel Miranda, quien impulsa la idea de este musical, es el responsable de las canciones, así como de dar la voz al protagonista.
El largometraje se adentra en los sonidos de La Habana, en sus sones, en sus boleros, en sus guajiras, pero no exacerba el tributo a esos géneros tan poderosos, que no considera únicos. Vivo también es un momento que comulga con expresiones más recientes. Por eso, Vivo y Gabi abren el abanico para enlazar la tradición con los sonidos del reguetón.
Claro, no hay que olvidar que Lin-Manuel Miranda es el creador y protagonista de Hamilton, el musical de Broadway en el que Alexander Hamilton rapea su historia.
Para Vivo, además, buscó un elenco de voces para nada fortuito. La voz de Andrés es del músico cubano Juan de Marcos González, integrante del Buena Vista Social Club, mientras que la de Marta es de Gloria Estefan, quien se inspiró en Celia Cruz, Olga Guillot y en su propia madre, Gloria Fajardo. De hecho, la imagen del personaje de Marta Sandoval, es casi a semejanza de la Guarachera de Cuba, la del “¡azúcar!”.
Ya en Miami, la tarea es todavía más difícil. Gabi debe llevar a cabo la misión con Vivo a escondidas. Tienen que entregarle a Marta la canción antes de que empiece su show.
La madre no sospecha lo que ocurre, y en el camino, debe superar otro obstáculo: un grupo de niñas que ven en ella una amenaza a sus objetivos conservacionistas. No importan los bemoles, solo sus dogmas adoptados.
Vivo presenta así una de esas historias en la que los niños resuelven sus retos sin mayor ayuda de los adultos, que se convierten en obstáculos, pero no con mala intención. Lección también para la autonomía y la confianza. Todo en una animación limpia, que se alterna con la evocación de las maneras clásicas al momento de presentar los momentos imaginados.
Es una historia sobre la pérdida, y las palabras que nunca se dijeron en su momento, y que la muerte, como ineludible destino, sirve como cachetón para lamentar lo que no se reveló a tiempo.
Más allá de esas lecturas, Vivo es un largometraje divertido, y además con leve ironía a cierta superioridad moral imperante en algunos espacios. Un musical bien logrado sobre el honor a las viejas amistades, y la compenetración con las nuevas. Los ciclos que se cierran con regocijo, y las nuevas vidas que comienzan. Musicalmente se suma al debate sobre la nueva música latinoamericana y caribeña, que en su respeto por el pasado, abre el espacio a las propuestas que están en boga y que cada vez se vuelven parte de la tradición.
Además, Vivo no solo es un homenaje a la música, sino que se presenta como muestra de los deseos de quienes han dejado la isla, siempre con el deseo de volver.
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