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El documental sigue durante una década a tres jóvenes músicos que esperan que el arte los lleve más allá de la pobreza que los rodea.

Caracas. Hay quienes pasan por la música y la ven como simple acompañante, una creación para amenizar un momento y hacer menos pesada una labor. Pero hay otros que descubren un universo, hallan el reflejo de sus vidas, la ruta para la belleza en lo intangible o el escape del agobio. Tal vez todo a la vez.

Hace poco más de una década, en el barrio Las Brisas de Valencia, tres jóvenes encontraron en la viola y el violín un sendero hacia esos mundos que los pensamientos joviales siempre impulsan con fuerza. 

Edixon, Dissandra y Wuilly ingresan a las filas del Sistema Nacional de Orquestas y Coros Juveniles e Infantiles de Venezuela. Comienzan desde lo más básico, van ganando experiencia, a la vez que depositan más esperanzas en la música como forma de salir de la pobreza. Embelesados por los grandes maestros que triunfan en el exterior, van imaginando cómo sería su vida lejos de los techos de zinc, a la vez que ayudan a su familia, hartos todos de la precariedad. 

Los niños de Las Brisas
Dissandra tiene que tomar decisiones muy fuertes para su corta edad

Los niños de Las Brisas es un documental que muestra la vida durante poco más de diez años de estos muchachos en la institución, emblema cultural de Venezuela que está a punto de cumplir cincuenta años. 

Retratar la intimidad

La directora Marianela Maldonado logra un excepcional nivel de intimidad en cada uno de los hogares. Por que sí, no es una película que se queda en el salón de clases o en la sala de conciertos, sino que se mete en las habitaciones, cocinas y salas de cada uno de estos muchachos. Registra las perturbaciones familiares, las ausencias, los sacrificios y los ojos brillosos de la abuela que confía en el porvenir exitoso de los músicos en formación.

Muestra cómo la abuela de Edixon hace todo lo posible para que el dinero de su costura alcance para el muchacho, su renacer después del asesinato de su hijo. También está la madre de Wuilly, desconfiada y a la defensiva ante las aspiraciones del hijo que nunca suelta el violín. Dissandra posa siempre la mirada en un futuro grandioso mientras vela por su hermana pequeña, pues no quiere que muera como pasó con otras.

Son muchachos que asumen responsabilidades muy grandes para sus edades. Comprenden su entorno y no tienen tiempo que perder. Forman parte de una dinámica de supervivencia intensa, niños que no conocen otra manera de hacer las cosas. Crecieron con una narrativa de enfrentamiento y de cambios radicales, pero las epopeyas solo existen en las cadenas de televisión. La lucha de ellos se siente como la lluvia que cae sobre los techos, estruendosa y amenazante. Y todo parece indicar que ellos, a su corta edad, llevan todas las de perder. Pero ahí está la música, el timón de un barco en el diluvio.

Los niños de Las Brisas
Wuilly tiene que enfrentarse además a los prejuicios de su familia
El Sistema como referencia

Los niños de Las Brisas en hora y media une toda una gama de vivencias y un conjunto de decisiones trascendentales para cada uno de los protagonistas.  

En Carabobo, los muchachos empiezan a ganar experiencia, se convierten en referencia de los más pequeños. Se suman a esa labor educativa del Sistema de dar lo que han recibido. Incluso, Dissandra viaja a Salzburgo, donde es dirigida por Simon Rattle.

Pero cuando arrecia la crisis socioeconómica en 2016, todo empieza a trastocarse. Ya la ciudad se queda pequeña para ellos, y Caracas es la única opción si quieren profesionalizarse, y así ganar dinero, tranquilidad y mejores posibilidades de avanzar.

Ahí comienza la deriva de los muchachos, pues el camino se vuelve cada vez más hostil para ellos. Marianela Maldonado es coguionista de Érase una vez en Venezuela y de Peter & the Wolf, cortometraje que en 2008 ganó el Oscar. 

Los niños de Las Brisas
Las familias también ponen la esperanza económica en sus hijos
El éxodo migratorio

Los niños de Las Brisas trata con cautela el tema del éxito. Una observación a la ligera apuntaría los dardos al Sistema, y superficialmente tildaría a la institución de vender falsas promesas de éxito. 

Pero es una conclusión injusta, pues todo sistema educativo es más que una garantía de éxito material o reconocimiento en partes iguales. La vida es mucho más compleja, y las fórmulas no siempre tienen los mismos resultados. Además, todo proyecto tiene una estadística de desilusión, que no necesariamente es definitiva o eterna.

No todos los muchachos que practican beisbol en Venezuela serán un Miguel Cabrera, pero seguramente encontrarán en la disciplina del deporte otros atributos aplicables en el porvenir.

La vida también se trata de reformular aspiraciones y cambiar estrategias. Pero en el documental hay algo más. Los niños de Las Brisas se adentra en un contexto excepcional, en una experiencia sociopolítica que desembocó en una crisis que expulsó a millones del país. Entonces, exacerba mucho más todavía la salida al mundo de estos muchachos, atrapados en una realidad sin precedentes para una población dispuesta a más. 

Al final, la autora deja ver cómo el sueño de José Antonio Abreu no está exento de una realidad que buscó devorar a muchos, que permeó toda actividad humana durante los años recientes. Un proyecto loable, sin dudas, pero también superado por un entorno asfixiante. 

Los niños de Las Brisas es una de las obras más potentes sobre nuestra tragedia. Elogiable además cómo filmaron tanto desasosiego en un país donde el registro de las heridas no es cualquier cosa. Una obra que invita a la reflexión y a la autocrítica, pero sin dardos irresponsables de juicios superficiales.

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