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Dirigida por el uruguayo Fede Álvarez, esta película presenta a una nueva generación de viajeros que descubre el caos en medio del deseo por librarse de la opresión del sistema en el que viven.

Caracas. El primer acto de  Alien: Romulus angustia. Y está bien, es la idea de presentar un mundo asfixiante, en el que no parece haber identidad en sus habitantes, tan solo seres que se mantienen en una dinámica de extrema producción. En opresión, la similitud es constante.

Es una colonia minera. Ahí vive Rain Carradine (Cailee Spaeny), una joven que desea cumplir el tiempo previsto de años de trabajo para poder volver al lugar que anhela. Sin embargo, no es posible. Le extienden el período de explotación. Se frustra. 

Anda siempre acompañada de su hermano adoptivo Andy (David Jonsson), un humano sintético reprogramado. Rain se reencuentra con su ex novio Tyler (Archie Renaux), quien junto con un grupo de amigos planea viajar a una nave espacial abandonada que los órbita. Todo es parte de un plan que les permitirá escapar al planeta Yvaga. La invitan a formar parte. Ella acepta y se lleva también a Andy.

Alien: Romulus
La película es dirigida por el director de No respires, estrenada en 2016

Empiezan a llevar a cabo la misión. Cuando llegan a la nave, resulta ser una estación. Ahí comienza el caos con los abrazacaras y luego  con los xenomorfos ya icónicos del cine desde que en 1979 se estrenó Alien: el octavo pasajero, dirigida por Ridley Scott, la primera de la saga. 

En la mitad

Los sucesos de Alien: Romulus están ubicados entre la primera y la segunda película, la titulada Alien 2, de James Cameron. En esta entrega, el encargado es el uruguayo Fede Álvarez, quien dirige un guion coescrito con su aliado de siempre, Rodo Sayagues.

Aciertan en la presentación de este universo, un mundo que se acopla a lo exhibido en 1979 con el primer largometraje. La similitudes en la tecnología, los artilugios. Además, el cineasta uruguayo es preciso en crear los momentos de tensión en su primer acto, en adentrar al espectador a un mundo conocido, pero a la vez inquietante porque se sabe muy bien en qué menesteres están la protagonista y quienes la acompañan. 

Alien: Romulus
Alien: Romulus plantea el dilema del enfrentamiento entre humano y máquina en un contexto de amenaza ante lo desconocido

Ahora bien, como se trata de un grupo de jóvenes poco experimentados en las labores de los viajes especiales, hay una impulsividad permitida en sus decisiones y acciones pero, a la vez, también una uniformidad en sus maneras de ser. Salvo los personajes de Rain y Andy, en los que recae prácticamente el peso emotivo de la trama por las adversidades que tendrá su vínculo, el resto no tiene mayor característica distintiva, más allá del afán por escapar. 

Incongruencias

Ya en el segundo acto,  Alien: Romulus deja de ser promesa para convertirse en un despliegue efectista de enfrentamientos por doquier que muchas veces irrespeta la cualidad de las criaturas. 

Por ejemplo, Rain es inexperta en el uso de armas, pero repentinamente, porque el guion lo precisa, se convierte en toda una guerrera del espacio. Para justificarlo, dotan a las armas de una tecnología que convierte a cualquiera en soldado con buena puntería. Entonces, las criaturas que deberían ser casi invencibles no son más que un desfile hacia el matadero en automático. 

Hay otro momento en el que el silencio es vital para sobrevivir, pero una comunicación por radio durante varios segundos se lleva al traste esa advertencia hasta que unas líneas después alguien se acuerda de la premisa. 

Alien: Romulus
Alien: Romulus vuelve a traer a la pantalla a los intimidantes xenomorfos

El guion empieza a tener problemas por esos detalles que le quitan verosimilitud a la realidad planteada por los autores. Hay un apresuramiento por fortalecer a los jóvenes ante la amenaza.

La tensión al rescate

Ya en el tercer acto, Alien: Romulus vuelve a la coherencia en el clímax, cuando la devastación parece inminente. Rain y Andy van descubriendo la complejidad de la realidad que enfrentan, hasta que lo inimaginable está frente a ellos.

Se ha comparado al personaje de Rain con el de la teniente Ripley (Sigourney Weaver) de las primeras de la saga. Pero hay notables diferencias en los procesos. En Alien: el octavo pasajero, Ripley ya tiene un rango en la tripulación, y paulatinamente, todavía con su experiencia, va pormenorizando la situación para encontrar una salida. Con Rain, todo es más apresurado, y sus destrezas son más bien otorgadas que desarrolladas. 

Al final, Alien: Romulus se salva por su tercer acto, por esos minutos de tensión extrema que evitan que la película se vaya por la borda. La fotografía de Galo Olivares alienta el carácter sombrío de ese mundo, y del estado interno de los personajes en medio de la incertidumbre. 

Banalización

Las actuaciones de Cailee Spaeny y David Jonsson dan la dinámica necesaria a ese planteamiento bastante repasado en la ciencia ficción sobre lo humano y lo sintético, más todavía en estos momentos en los que se debate la repercusión de la inteligencia artificial en el quehacer. En Alien: Romulus se empaca la diatriba a través de un vínculo familiar, enrarecido cuando surgen órdenes ulteriores de un ente poderoso pero invisible, un sistema invisible que controla, en el que los humanos son meras piezas de un objetivo superior. 

A pesar de la complejidad emocional que todo eso representa, la película termina siendo irregular porque cae en la condescendencia hacia sus personajes, el efecto inmediato y la banalización de sus criaturas.

Si en la película de 1979 todo parecía inmenso para aquella tripulación, lo desconocido en el infortunio; en Alien: Romulus es poco lo que sorprende salvo en su final. Entonces, recurren a lo inmediatamente apabullante para simular las carencias. Fede Álvarez se olvida del poder del silencio.

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