Se supone que cualquier hospital en Venezuela debería estar abastecido para atender a sus pacientes, pero son los quioscos y casas aledañas a los centros de salud de Carabobo los que tienen los insumos que faltan en la institución.
Valencia. José Antonio Díaz llevaba nueve días con fiebre, cuando un conocido le dijo: “Chamo, ve al hospital llevas muchos días así”.
Sin embargo, a José Antonio lo frenaba el dinero. Recientemente le habían pagado $200 dólares de uno de sus trabajos y ya tenía estipulado en qué los gastaría.
“En mí familia no somos de ir al médico. Mis amigos son de los que tienen dos días con una tos y ya están corriendo al centro de salud más cercano, a mí eso me parece excesivo”, contó.
El noveno fue el día
Aunque no le daba importancia, cada día con fiebre lo hacía cambiar de opinión porque en un día podía darle hasta tres episodios. Por su cabeza pasaron muchas cosas, desde COVID-19, hasta dengue. “Es que lees en internet y todo es cáncer”, dice.
Su evasiva se debía a que una consulta médica en un centro privado usualmente no baja de los $50.
El día 7 un amigo que trabaja en el Hospital Ángel Larralde en el municipio Naguanagua, Carabobo, le recomendó ir al centro de salud bajo la excusa de que ahí todo sería gratuito. Es decir, los exámenes, los materiales y la consulta.
Así que al llegar el día 9 entró por la emergencia a las 10:00 a. m. y buscó el área de medicina interna.
Los ojos del comandante
No visitaba el HUAL desde 2017, y podría decir que a primera vista estaba en mejores condiciones, pero eso sí, lleno de los ojos de Chávez. Le tocó el asiento justo en la entrada en la que destaca un José Gregorio Hernández que parece hacerle frente a la mirada omnipresente del comandante.
Los médicos, atareados entre seis pacientes, lo atendieron.
Fue algo muy rápido, no diría que fue una consulta a profundidad, no me tocaron los ganglios, tampoco, me examinaron los ojos, o los oídos, ni siquiera me tomaron la temperatura. Ellos confiaron netamente en mi discurso”, contó.
En su discurso destacó que hacía dos semanas le había dado nuevamente un cuadro de amigdalitis crónica, por lo que fue por esa vía que decidieron atacar.
“Hay que hidratar a este muchacho. Necesitamos solución de 0,90”, ordenó la doctora a la enfermera, pero la respuesta es que no tenían ni solución salina, ni macrogotero, ni yelco, ni nada de lo que Díaz necesitaba. Tampoco tenían paracetamol en vía intravenosa para bajarle la fiebre.
Díaz fue solo al médico porque a su madre los hospitales le traen malos recuerdos. Así que su amigo fue el que tuvo que resolver.
La señal en el sitio era nula, así que primero gasté como unos 164 bolívares comprando la solución y el macrogotero que luego la doctora me dijo que nos habían engañado porque ese era un gotero especializado para transfusión de sangre”, dijo.
En el HUAL no, en el quiosco sí
Es paradójico, pero mientras el Hospital Ángel Larralde no cuenta con insumos, los quioscos y casas en la cercanía del centro de salud sí están abastecidos.
Después de casi dos horas, su médico tratante volvió y le dijo que había que hacerle pruebas de sangre, pero… “Aquí los laboratorios no funcionan, no hay reactivos”.
Díaz miró a su compañero y este solo se disculpó. La misma doctora le recomendó al paciente no hacerse los análisis en los laboratorios cercanos al hospital por ser de poca confianza. En su lugar le recomendó un laboratorio ubicado en la urbanización La Trigaleña en el que tienen servicio de delivery.
El total por los exámenes fue de 58 dólares sin contar que la doctora olvidó solicitar la serología para dengue y el examen de orina que luego, por otro lado le salieron en 18 dólares, pero en otros ascendían a 22 dólares.
A las 2:30 p. m. a Díaz le dieron el alta pero decidió recorrer el hospital para ver las condiciones.
“Eso está horrible. No podemos descartar que en donde me tenían no solo éramos los pacientes, estábamos rodeados de moscas. Al señor sin piernas se le montaban encima, incluso sus familiares le decían que estuviera pendiente de su silla de ruedas porque se la podían llevar”, dijo.
La revolución que no arrancó
Pero en las áreas de hospitalización es en las que se evidencia la falta de inversión por parte del Seguro Social, quien administra desde Caracas dicho hospital.
Los malos olores que se mezclan entre orín y heces pululan en el ambiente como algo natural. Las mujeres embarazadas o con bebés en brazos amamantan niños junto a bolsas de basura de lo que pareciese ser material quirúrgico.
Esto se evidencia en las escaleras, en los pasillos del área oncológica y es evidente que el aire acondicionado no funciona.
En el segundo piso, todos los cuartos están clausurados, y sirven de depósito para camas dañadas, techos desnudos con cables a la vista y baños sepultados por el polvo y la telaraña.
Mientras en la central de suministros, una puerta de dos alas deja ver en el fondo un precario poster del Libertador en su versión chavista y en el alrededor todo luce vacío.
Ni hablar de los ascensores, uno solo funciona y en sus puertas tiene pegado un papel con el rostro de Chávez y otro de Maduro en un recordatorio de la “Revolución de la Salud” que el gobierno ha prometido y que aún, cumplir, cumplir, no ha cumplido.
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